Como pasa con el debut de casi cualquier banda del planeta, el primer show de la historia de Ramones fue un completo desastre. No lo decimos nosotros sino Monte A. Melnick, amigo y tour manager. “Fue un desorden total, como se pueden imaginar”, contó en el posteo que subió a su Instagram del 30 de marzo de este año, día en el que se cumplieron exactamente 50 años del evento que se llevó a cabo en Performance Studios 23 East 20th Street in NYC, propiedad de Thomas Erdelyi.
Tampoco había mucha chance de que saliera de otra forma: eran tres jovenes de veinte años que venían tocando juntos desde hacía apenas un par de meses, ninguno se caracterizaba por su virtuosismo o su técnica depurada (tampoco por su disciplina) y ni siquiera habían encontrado la formación definitiva. Fue un show feo como suelen ser feos los shows de los grupos que recién empiezan, pero con una diferencia: este show fue la primera línea de una reescritura de las reglas del rock, un nuevo kilómetro cero en un movimiento. El punk fue una era de cambio, Ramones la entidad creadora y aquellos siete temas mal tocados, el insólito big bang.
De las siete canciones que hicieron aquel día, tres terminaron en el disco debut homónimo de 1976: “I Don’t Wanna Go Down to the Basement”, “I Don’t Wanna Walk Around with You” y “Now I Wanna Sniff Some Glue”. En una edición ampliada del mismo álbum que salió en 2016 se incluyó otro de los temas de aquel primer set: “I Don’t Wanna Be Learned / I Don’t Wanna Be Tamed”, que nunca pasó de la categoría de demo. Otra (“I Don’t Wanna Get Involved with You”) quedó guardada hasta que la rescató Dee Dee para su EP Chinese Bitch en 1994. Y de las dos restantes (“I Don’t Like Nobody That Don’t Like Me”, “Succubus”) no quedó ningún registro. Eso fue todo: siete canciones mal tocadas, ninguna por arriba de los dos minutos de duración.
De los pocos testimonios que quedan disponibles, todos coinciden: los Ramones estaban a tres o cuatro galaxias de ser una banda como la gente, incluso dentro de los laxos parámetros de lo que todavía no se llamaba punk. Sin embargo, fueron inteligentes y metódicos para rescatarse y llevarse algunas enseñanzas de aquel caos, a efectos de convertirse en algo medianamente presentable.
El 16 de agosto de 1974 los Ramones con su formación clásica aterrizaron al fin en el CBGB, un boliche que Kristal había fundado pensando en que se llenara de amantes de la música de raíz estadounidense y las lecturas de poesía (“Country, BlueGrass, Blues”: eso significa la sigla del nombre) pero que terminó convirtiendo en sede de eso que florecía en las calles de la Gran Manzana: el punk-rock que todavía no se llamaba punk-rock.
Tocaron “I Don’t Wanna Walk Around with You”, “Now I Wanna Sniff Some Glue”, “I Don’t Wanna Go Down to the Basement” y dos nuevas: “Judy Is a Punk” y “I Don’t Care” (que quedó frizada hasta Rocket to Russia, 1977). Quiso el destino que aquello sucediera exactamente cinco años después de que 100.000 hippies invadieran Nueva York para pasar “tres días de paz y música” en Woodstock; en media década, el zeitgeist cambió de Crosby, Stills, Nash & Young armonizando en versos como “educá bien a tus hijos” a cuatro delincuentes gritando sobre inhalar pegamento arriba de tres acordes, todo a poquitos kilómetros de distancia: un baño de realidad.
Los Ramones se hicieron locales en CBGB y pasaron a tocar casi todos los días ante la mirada de sus pares: miembros de Television, Talking Heads, Blondie.
La línea de tiempo siguió con el término “punk-rock” creado para describir su música en 1975, su primer disco editado en abril de 1976 y un show bisagra en el Roundhouse londinense en julio de ese mismo año. Ahí, en Inglaterra, el clima estaba todavía más espeso que en Nueva York, y semejante terremoto no iba a pasar desapercibido: cayeron los Ramones, prendieron la mecha y una generación encabezada por los Pistols y los Clash hizo que el "punk-rock" fuera un hermoso estilo de vida.
Texto Original: Diego Mancusi para Rolling Stone
Adaptación: Disco Devil